Tenía 17 años y estaba en el último año de Habersham Central High School en Georgia. Acababa de terminar mi clase de Anatomía Humana del primer período y estaba entrando a mi clase del segundo período. Al entrar en la habitación, miré a mi derecha y vi, sorprendentemente, que la televisión estaba encendida. Estaba reproduciendo un vídeo de un avión chocando contra una de las torres del World Trade Center.

Al conmemorar solemnemente el 22º aniversario de los ataques del 11 de septiembre, es esencial no sólo recordar las amenazas externas que desafiaron el concepto occidental de libertad individual, sino también reflexionar sobre cómo nuestra respuesta a estos eventos ha impactado las libertades civiles y la libertad económica a nivel nacional durante las últimas dos décadas.

Los ataques del 11 de septiembre de 2001 sin duda atacaron la idea occidental de libertad individual. Los terroristas tenían como objetivo destruir vidas y símbolos icónicos y socavar los cimientos de las sociedades libres y abiertas que los estadounidenses aprecian. En respuesta, Estados Unidos decidió defender la libertad en el extranjero, creyendo que al promover la libertad y la democracia en otras partes del mundo, mejoraríamos nuestra seguridad y protegeremos nuestros valores.

Sin embargo, las consecuencias no deseadas de estas decisiones de política exterior no han dejado ilesas nuestras libertades internas. En nuestra búsqueda de la seguridad y la guerra global contra el terrorismo, en ocasiones hemos comprometido nuestras preciadas libertades civiles. La Ley USA PATRIOT, implementada después del 11 de septiembre, otorgó amplios poderes de vigilancia a las agencias gubernamentales, infringiendo potencialmente los derechos de privacidad de los ciudadanos. Estas medidas, inicialmente promulgadas para combatir el terrorismo, han generado preocupación sobre el delicado equilibrio entre seguridad y libertad individual.

Además, la erosión de la libertad económica dentro de nuestras fronteras es una tendencia preocupante que ha surgido en las últimas dos décadas. A medida que el gobierno ha crecido en respuesta a preocupaciones de seguridad y crisis económicas, hemos visto mayores regulaciones e intervenciones en varios sectores de la economía. Si bien estas acciones suelen ser bien intencionadas, en ocasiones han sofocado el espíritu empresarial y la innovación, que son parte integral de la libertad individual y la prosperidad económica.

Para ver evidencia de esta erosión, podemos mirar el informe anual de la Heritage Foundation que califica a las naciones del mundo en libertad económica. En 2001, Estados Unidos obtuvo una puntuación de 79.1, superando con creces el promedio mundial de 59. En el informe de 2023, Estados Unidos ocupó el puesto 25 en libertad económica, con una puntuación de 70,6, ahora mucho más cerca del promedio mundial de 59.3.

Además, la carga financiera de las guerras en Afganistán e Irak, lanzadas en nombre de la defensa de la libertad, ha ejercido una presión considerable sobre nuestra economía. Los déficits presupuestarios y la deuda nacional resultante amenazan nuestra estabilidad fiscal. Es de destacar que la puntuación de Estados Unidos de 49.3 en la categoría de “gasto público” del Índice de Libertad Económica está muy por debajo del promedio mundial de 64.9. Sin embargo, la explosión del gasto público se extiende más allá de los gastos de defensa. Las secuelas del 11 de septiembre provocaron un aumento en el gasto en defensa y seguridad nacional a medida que la nación respondía a nuevos desafíos de seguridad.

Sin embargo, la huella fiscal del gobierno se ha ampliado en varias otras áreas, incluida la atención médica, los programas de prestaciones sociales y las iniciativas de bienestar social. Los paquetes de estímulo económico en respuesta a la crisis financiera de 2008, la Ley de Atención Médica Asequible (ACA), la mal llamada “Inflation Reduction Act” de la administración Biden y una mayor participación gubernamental en áreas como educación e infraestructura han contribuido al crecimiento general del gasto gubernamental. Este aumento significativo del gasto ha generado preocupaciones sobre la sostenibilidad de la deuda nacional y el impacto potencial sobre la libertad económica y la libertad individual, lo que subraya la necesidad de debates y reformas continuas en la política fiscal.

Al recordar el 11 de septiembre, es esencial reconocer que la defensa de la libertad no debe ser una dicotomía entre el exterior y el interior. Debemos esforzarnos por lograr un equilibrio armonioso entre salvaguardar a nuestra nación de amenazas externas y preservar los principios de libertad individual, libertades civiles y libertad económica que nos han definido como sociedad. Eso significa que debemos conservar la libertad.

Para honrar la memoria de aquellos que perdimos en ese fatídico día, debemos permanecer atentos para proteger nuestras libertades civiles y reafirmar nuestro compromiso con la libertad económica. Debemos continuar evaluando la necesidad y el impacto de las acciones gubernamentales en estos aspectos esenciales de nuestras vidas y asegurarnos de que se alineen con los valores que nos unen como estadounidenses.

Los ataques del 11 de septiembre, si bien son un claro recordatorio de las amenazas externas a la libertad, también deberían recordarnos que debemos ser guardianes de la libertad en todos los frentes. Recordemos que la fuerza de una nación reside no sólo en su capacidad para defenderse sino también en su dedicación a defender los principios de libertad que la hacen verdaderamente excepcional. Al hacerlo, podemos honrar el legado del 11 de septiembre construyendo una sociedad más resiliente y libre para todos los estadounidenses.